Desde mediados de la década del ochenta se dieron pasos clave para el advenimiento del videoarte en Medellín y Javier Cruz hizo parte de sus inicios.
A Javier no le convencía la idea de haber sido el primer artista de Medellín en llevar a un Salón de Arte una obra hecha a través de pantallas y teclados. Transcurría la década del ochenta mientras él se deslumbraba con los nuevos desarrollos tecnológicos. Cuando obtuvo una tableta atari para ilustrar, ya nunca más quiso hacerlo en un lienzo y esto no era bien visto en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional. ¿Cómo valorar este trabajo que parecía tan efímero? Las inquietudes se multiplicaban, la incertidumbre también.
Sus trabajos realizados mientras estudiaba en la Nacional eran como remanentes de la experimentación a la que su padre lo incitó en la niñez. Antes que comprarle un avión de juguete le sugería que él estaba en la capacidad de crear el suyo. Así Javier curioseaba como cualquier niño, pero creció manteniendo la necesidad de tantear, de descubrir los principios de un objeto, herramienta o dispositivo que tuviera a la mano y siempre a través de conjeturas.
"¿Cómo valorar este trabajo que parecía tan efímero? Las inquietudes se multiplicaban, la incertidumbre también."
Cruz veía en el video cientos de posibilidades donde otros artistas solo veían ruido. Llegó a realizar acciones como enterrar los televisores con los que su familia vio la llegada del hombre a la Luna, así como algunas videoinstalaciones. “Enterrarlos era como hacerles un homenaje”, cuenta Cruz desde su casa rodeado de cuadros que integran pixeles en RGB (rojo, verde azul) y en medio de tabletas y computadores Apple.
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